Cantaba Miguel de Molina las coplas de los ojitos vedes, verdes como el buen aceite. Nadie niega las virtudes del aceite en todas sus vertientes, ya sea verde o dorado. Esto también era conocido por los pueblos de la antigüedad, los romanos atesoraban los secretos del aceite de oliva entre ellos del verde. Distinguían estos entre el “oleum aestivum”, el “oleum omphacium” y el “oleum viride”. Los dos primeros eran extraídos de aceitunas verdes, mientras que el último lo era de las aceitunas casi maduras. También daban usos distintos para los aceites, el aestivum y el omphacium eran usados en perfumería, medicina y ofrendas religiosas; mientras que el viride era el que usaban las élites del imperio. Tanto es así que se han encontrados restos en la península itálica, concretamente el Palazzo Corigliano de Nápoles que venía a decir: “aceite verde de Lucius Servilius Attianus, de primera calidad”.

Otros usos conocidos del aceite de oliva fueron para el encendido de lámparas. También lo fue a modo de loción hidratante para deportistas, pues estos se untaban antes de sus competiciones en aceite o como se ha mencionado ya para la obtención de perfumes. En definitiva los romanos no desperdiciaron ni una gota, de aceite.